En esta vida siempre hay motivos para ponernos de mal ánimo. Hay pequeños e intrascendentes y otros que son importantes y se deben encarar. Los hay ajenos a uno y tienen la ventaja de poder echar la culpa fuera de uno, y eso es un gran alivio, porque en esta vida lo importante es encontrar un culpable que no seamos nosotros. Lo demás, es ficción. Los hay pasajeros o cortitos que, también, tienen la ventaja de que llegan y se van. Como dicen los refranes, los hay insolubles y, entonces, no hay que preocuparse y los hay con solución que habrá que aplicar y listo. Sí, decirlo es fácil, pero cuando la solución no es fácil, o no la encontramos, es peor. Porque saber que tiene solución y no somos capaces de encontrarla, nos machuca más el amor propio. Cuando el tema es insistidor y testarudo, peor, y si nos topamos con él todos los días, nos hace sufrir y dar bronca.
Si tienen veinticinco metros de manguera gruesa, gorda, pesada, con la que hay que regar por las mañanas temprano, ya se ve que el tema es interesante. Si a eso se le agrega que hay que sacarla, estirarla, regar y volver a enrollarla cada vez que se debe usar, se pone más interesante. Demás está decir que se enrosca sobre sí misma y no se puede manejar porque es dura y testaruda. Si, cuando vencidos todos los problemas estamos regando, se corta el chorro, debemos caminar veinte metros porque se dobló o estranguló. O se engancha en algún lado y hay que ir y venir muchas veces, se verá, por qué comencé hablando del mal ánimo. Como reúne todos los requisitos antes dichos, he decidido divorciarme de la manguera porfiada. Y con papeles y todo. Mañana compraré otra que sea dócil y linda. Espero que no pase como siempre que, al principio todo anda amorosamente, y luego de larga convivencia todo termina igual.
Fuente: Publicado en La Pericana, edición 284 del 29 de enero de 2022