v Alguna vez, charlando con un importante funcionario, le decía que debe ser penoso de solemnidad irse de un cargo sin haber dejado la propia impronta, sin haber mutado la realidad.
v Le decía que debe ser triste, devastador, entregar lo que se recibió en igual estado, peor aún, con años de atraso, tal como tierra arrasada.
v Le recordaba la parábola de los talentos (en algunos casos no se trata literalmente de poseerlos, es más, en ocasiones es evidente su inexistencia, sino de la posesión de poderes), y que había que evitar se le dijera: “…vago y perezoso...”.
v Le decía que debe ser mortífero terminar una función y solo poder mostrar la renovación de pinturas, la construcción de oficinas, el cambio de computadoras; es decir sólo haber hecho lo que la realidad no solo obligó a hacerlo sino, para peor, lo que ni la vagancia pudo evitar.
v Le manifestaba, Dios libre del bochorno que significa que haya unanimidad en esperar tu partida como condición para salir del atraso, para remover estorbo a las nuevas gestiones.
v Despedirse pretendiendo hacerse dueño de lo que otros hicieron, peor aún, de aquello que combatiste con mediocridad e ignorancia es, a no dudarlo, certificado de calidad del fracaso. Dios nos libre.
v No dejar tu impronta, le predicaba, es casi, haber pasado a hurtadillas por la función, es haberse ganado un lugar despreciable en la vida de la Institución. Es así, por impiadosa que parezca la reflexión.