La consagración de Argentina en el mundial de Qatar no
pasó desapercibida en ámbito alguno, desde aquellos respiran fútbol hasta los
que creen que la pelota pica «porque tiene un sapo adentro», como se le suele
decir al que no tiene interés en este deporte; tampoco los distintos rangos
etáreos han sido indiferentes, ya que la principal charla en estos días y en
todas las edades fue la vertiginosidad del partido.
Menos desaparcibido fue el festejo posterior, dado que pocas veces en la
historia de la humanidad se ha dado una concentración popular semejante
motivada por un triunfo deportivo. El color, la alegría, la «abuela
la,la,la,la,la», la emoción… todos fueron ingredientes que despertaron simpatía
en el ciudadano europeo; simpatía y admiración por ese sentimiento tan fuerte y
la niña vergüenza para demostrarlo.
Pero la moneda siempre tiene dos caras y el desenfreno, el vandalismo y la
locura generalizada también hicieron mella; no solo eso, sino que terminaron
opacando lo que en un principio había sido admirado y, como siempre, se trata
de la imagen que es el país al mundo. Partiendo de la base de que el presidente
francés Emmanuel Macron dijo presente, no solo en el partido, sino también en
el vestuario para dar palabras de aliento al equipo derrotado, y el presidente
argentino fue vetado por los campeones para no ser usados políticamente.
La destrucción, las peleas, las caídas que generaron heridos graves y hasta
comas, pueden entenderse en palabras de uno de los tertulianos del programa de
televisión más visto de España, que dijo que habría que preguntar a los
argentinos si preferirían que el gobierno solucionara los problemas económicos
del país o que la selección ganara el mundial, y que la respuesta estaba frente
a nosotros.
No pueden entenderlo, no entra en sus cabezas que la alegría vaya de la mano de
la destrucción y de la puesta en riesgo de la propia vida. Es igual al segmento
«no te lo puedo explicar, porque no vas a entender» de la canción que marcó el
mundial, pero en un tono negativo y que ha demostrado ser una nueva oportunidad
desperdiciada para olvidarnos, al menos por unos días, de los problemas
cotidianos que azotan a la población.
Al ver las imágenes desde otro lugar, pensaba en Nelson Mandela y en la
película Invictus, que cuenta cómo
hizo el presidente sudafricano para utilizar al mundial de rugby organizado por
su país y el campeonato conseguido por su selección para unir a una nación que
apenas dejaba atrás el terrible apartheid y que tenía el resentimiento a flor
de piel. ¿Podría lograrse algo así? ¿Podríamos considerar esa posibilidad, o el
año electoral que se nos viene encima es otra ocasión para juntar los míos con
los míos y los tuyos con los tuyos? Lo irónico es que nadie puede decir que eso
solo pasa en las películas, ya que ocurrió en la vida real.
Al final, una vez más,la población y la dirigencia demostraron que no están a
la altura, que no pueden expresar amor/devoción sin caer en la locura y en el
salvajismo. Pasó en un momento de tristeza para muchos como el velorio de
Maradona y volvió a ocurrir en un momento de felicidad como el campeonato del
mundo. Retomando el razonamiento del periodista español, hay que decir que el
mundial ya lo tenemos; a ver si ahora demostramos el mismo fervor cuando
tengamos que luchar por las causas que dignifican la vida.
Fuente: Nuevo
Mundo, edición 637 del 21 de
diciembre de 2022