El grado de destrucción del terremoto que ha afectado a Turquía y Siria ha impactado al mundo entero. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, visitó la zona afectada y reconoció dificultades para acceder a determinados lugares debido al estado de rutas cerradas por la nieve y de los daños sufridos durante el sismo. Las víctimas mortales ya son más de 11.000 y se esperan muchas más; al tiempo que los heridos en ambos países suman más de 53.600. Los equipos de rescate siguen trabajando a destajo para salvar a las personas atrapadas bajo los escombros, aunque, más de 72 horas después, las posibilidades de hallarlas con vida son bajas, más aún teniendo en cuenta las bajas temperaturas de la noche.
En
este contexto, los países de la Unión Europea continúan enviando recursos
humanos y materiales para paliar los efectos de la catástrofe; por ejemplo,
España enviará dos barcos más como hospitales de campaña que se sumarán a los
dos buques que envió ayer y que están a punto de llegar a la costa sudeste
turca.
Con
este estado de cosas, se ha abierto un interrogante respecto a la actitud
futura de Turquía concerniente a otra tragedia que está cerca de cumplir un
año, y es la invasión de Rusia a Ucrania. Erdogan, reconocido aliado de Putin,
ha desempeñado un papel importante en el último tiempo al ser una especie de
mediador/bastión «ruso» dentro de buena parte de Europa.
Aunque
no forma parte de la Unión Europea, Turquía es un socio principal del bloque y
ambos son miembros de la Unión Aduanera. En 1987, Turquía solicitó por primera
vez ingresar a la Unión y las negociaciones se mantuvieron en el tiempo hasta
que se estancaron en el 2016 por las reiteradas violaciones a los derechos
humanos y la fragilidad de su democracia (Erdogan lleva 20 años en el poder y
va por más).
Respecto
a los ataques de Rusia a Ucrania, el país se ha posicionado en defensa de la
integridad territorial ucraniana pero ha evitado imponer sanciones a Rusia, ya
que su acceso a energía proviene de Moscú; esto ha ocasionado que Turquía sea
tachada de jugar a dos puntas en el conflicto. Por un lado, medió para
posibilitar la apertura de corredores humanitarios para refugiados y para la
exportación de productos, pero por el otro, no sanciona al estado agresor.
Otro
punto de fricción en el último tiempo entre Europa y Turquía es la OTAN.
Turquía vetó la entrada de Suecia en la alianza bajo el argumento de que en el
país nórdico se refugian líderes separatistas que buscan la independencia kurda
y que Turquía considera terroristas.
Tras
arduas negociaciones, aceptó el ingreso pero la semana pasada retiró su apoyo
por la quema de un Corán frente a su embajada en Estocolmo. En otra polémica,
Erdogan criticó el envío de tanques a Ucrania por parte de Occidente, ya que
«no solucionará la guerra y solo llenará los bolsillos de los productores de
armas». El mandatario pidió conversaciones para lograr una paz duradera, pero
dadas las circunstancias, es poco probable que eso ocurra.
El
trágico terremoto no solo sacudió los cimientos de los hogares turcos y sirios,
sino que también puede haber movido fichas en el tablero internacional. Salvar
vidas debe ser la prioridad inmediata y absoluta, pero el futuro cercano
también es algo a tener en cuenta, ya que «hoy por ti, mañana por mí».
Fuente: Nuevo Mundo, edición 645 del 8 de febrero de 2023